Nunca he sido la chica de bares, la perdición de alguien en las noches de alcohol. He besado a desconocidos por inercia, por saber como era. He bebido para pensar en alguien sin que doliera, para atreverme. Fui una cobarde escondida tras mi mascara de timidez. Culpaba a la vergüenza de no implicarme y me creí todas las excusas que inventé para mi. Fingía pensar que no merecía amor, cuando lo exigía con todas mis fuerzas. Decía sufrir por todos esos que no me correspondían, cuando de haberlo hecho habría salido corriendo. Me quejaba de las idas y venidas, cuando yo me he pasado la mitad de la vida huyendo. En el fondo siempre supe que las dudas me dominarían. Me enganchaba al juego porque me gustaba ver que me andaban buscando y el tonteo me atraía por la adrenalina. Siempre tuve claro donde me metía, me sé el proceso de memoria. Pero como iba a querer bien a alguien si a la hora de la verdad siempre terminaba largándome. La mayoría desistía al ver que solo les seguía por darle emoción a mi rutina. Alguno logró engañarme, y al ignorarme consiguió que cayera en sus redes (deberíamos hacernos mirar lo de prendernos por alguien cuando esa persona deja de mostrar interés en nosotros), pero sé de sobra que la verdadera razón era el miedo. Al enamorarte de quien nunca va a ser parte de tu vida, no hay peligro. Así tienes alguien en quien pensar y con quien imaginártelo todo, dándole más sentido a los días vacíos. Es una excusa para tener algo con lo que poder ilusionarnos y sufrir, pero sabiendo que no nos va a matar.
Lo verdaderamente arriesgado es querer. Confiar ciegamente en alguien. Poner la mano en el fuego sin ni siquiera plantearte la posibilidad de quemarte. Entregarte completamente, y en todos los sentidos. Desnudarte delante de alguien, literal y, sobretodo, metafóricamente hablando. Dejar que te conozcan de memoria, tanto que hasta te sorprenda. Dar por supuesto que te admira y te ve preciosa, aún conociendo todos tus defectos y sabiendo todos los errores imperdonables que has cometido a lo largo de tu vida. Darle la posibilidad de destruirte, pero tener claro que nunca lo hará. Saber que si quisiera podría joderte la vida, ser totalmente consciente de que podría matarte; y hacerlo de todas formas. He estado años aterrada, cerrándole la puerta al amor, confundiendolo con la obsesión. Y ahora, por fin puedo decir, que por primera vez, soy valiente.
Lo verdaderamente arriesgado es querer. Confiar ciegamente en alguien. Poner la mano en el fuego sin ni siquiera plantearte la posibilidad de quemarte. Entregarte completamente, y en todos los sentidos. Desnudarte delante de alguien, literal y, sobretodo, metafóricamente hablando. Dejar que te conozcan de memoria, tanto que hasta te sorprenda. Dar por supuesto que te admira y te ve preciosa, aún conociendo todos tus defectos y sabiendo todos los errores imperdonables que has cometido a lo largo de tu vida. Darle la posibilidad de destruirte, pero tener claro que nunca lo hará. Saber que si quisiera podría joderte la vida, ser totalmente consciente de que podría matarte; y hacerlo de todas formas. He estado años aterrada, cerrándole la puerta al amor, confundiendolo con la obsesión. Y ahora, por fin puedo decir, que por primera vez, soy valiente.
Es precioso, me ha encantado
ResponderEliminar