Nunca había sido demasiado sociable. Pasar mucho tiempo sola en su habitación, escribiendo o pensando, no la incomodaba. Cuando era pequeña, en el colegio apenas hablaba con sus compañeros. Tenía miedo de destacar por cualquier cosa, de ser diferente, de llamar la atención. No quería ser el centro de todas las miradas, no quería cometer errores. A decir verdad, nadie le hablaba a menos que fuera necesario. Ella era ese elemento discordante e incomprensible que debía ser ignorado. No le parecía justo. Si hubiera hecho algo malo, quizás se merecería que la excluyeran y la juzgaran. Pero no era así. La gente que la rodeaba no intentaba comprenderla. Solo sentían aversión hacia ella. Todos la consideraban un estorbo y opinaban que sobraba. No entendían que cada persona es como es, que la gente tímida también tiene derecho a existir.