Supongo que no he dejado nunca de querer a nadie. Lo supongo porque sé que todavía no he conseguido olvidar ni una sola vez. Por mucho que ya no me importe, por mucho que ya no piense. Olvidar es una palabra que me viene grande. Y yo lo único que e echo ha sido mirar hacía otro lado. Apartar la vista y intentar de alguna forma centrar mis pensamientos en otra cosa, en otra vida. Por eso sigo amarrada a tantos nombres, a todo eso que nunca me ha pasado con nadie.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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