Otra noche de bajón, hace tiempo que es costumbre. Parece que los problemas nunca se acaban. En realidad, parece que se triplican. Debe de ser por mi culpa, al fin y al cabo soy experta en complicarme la vida. Aunque, todos tenemos problemas, eso no se puede negar. Por eso me encanta tanto la sensación de estar borracha, porque te olvidas del mundo. Solo importa el ahora, el momento, y nada más. Y eso es tan increíble. Te das cuenta de lo ridículo que resulta todo, la vida en general. Es una forma de desconectar de vez en cuando de la realidad, de dejar todo de lado. Por eso bebo, porque me ayuda a seguir, a desinfectarme un poco por dentro. Ojala se pudiera sentir lo mismo sin necesidad de consumir alcohol, ojala pudiera llegar de otra forma a pasar completamente de todo, siendo yo y nadie más. Por eso lo hago. Y de verdad lo siento por la gente que me tiene que aguantar. Al fin y al cabo, somos simples humanos.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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