Y yo, yo mejor no te digo como me siento. Nunca tendré cojones a decirte todo el daño que me has causado; quizás por miedo a que duela demasiado decirlo en voz alta. Tal vez es más fácil escribirlo, tal vez así consiga engañarme y creerme que no duele tanto. O tal vez sea por orgullo, porque no me da la gana que sepas que me has matado por dentro. Joder, la próxima vez mátame del todo y no me dejes muerta en vida que duele más. Rómpeme el corazón a cachos pero llévate esos trozos, no me los dejes aquí. Que son tan imbéciles que se juntan y forman medio corazón echando de menos a la otra mitad.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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