Cógela de la mano cuando hablas. Cógela de la mano cuando se gire. Simplemente, cógela de la mano. Dile que esta guapa. Dile que es tu pequeña. Mírala a los ojos cuando le hablas. Protégela y cuídala. Escríbele mensajes cuando la eches de menos. Quédate hablando con ella hasta que se quede dormida. Cuéntale cosas bonitas cada día. Enséñale tu mundo y tu manera de ver las cosas. Explícale tus sueños y las ganas que tienes de que ella los viva contigo. Dile bromas estúpidas. Hazle cosquillas, incluso cuando te diga que pares. Cuando te insulte, dile que la quieres. Hazla feliz. Hazla sentirse como una niña pequeña. Deja que se quede dormida en tus brazos. Deja que se vuelva loca, y bésala. Búrlate de ella y deja que ella se burle de ti. Bésala en la mejilla. Bésala en la frente. Tan solo bésala. No olvides hacerla reír. O sonreír. Sorpréndela con un abrazo cuando menos se lo espere. Deja que se ponga tu ropa, sobretodo tus sudaderas. No insistas. Cuando te enamores de ella, díselo.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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