Todos tenemos secretos. Por ejemplo, nadie sabe
que lo que más anhelo es que
me quieran, que me aprecien, que hablen de mí. Que nací con una necesidad enorme de
amor y una necesidad masoquista de darlo. Que quiero ser esa chica que no tiene
problemas, que va de diva y se divierte, que puede con todo. Esa, la que no
tiene miedo a vivir, la que no piensa en las consecuencias. Esa que se cree perfecta. Esa
que no tiene estos malditos complejos. Esa que vive en mi cabeza. Esa que
espero ser algún día. Y, hay veces en las que es mejor guardarte tus secretos, nunca se
sabe quién te llegara a traicionar...
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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