Me hubiera gustado tener un manual para enfrentarme a la
vida, pero con el tiempo me he dado cuenta de que tienes que tener experiencias
para aprender a vivir. Es verdad que a veces las cosas no salen como queremos,
y últimamente parece como si todo se hubiera vuelto en mi contra. A veces
siento que no voy a poder con todo y tengo ganas de tirar la toalla. Entonces
me paro y pienso en esas pequeñas cosas cotidianas que me suavizan un poquito
el día y que me dan fuerzas para seguir adelante. Una sonrisa a tiempo, esa
canción que suena en la radio llena de recuerdos, la mirada de esa persona
especial, reírme sin parar con una amiga o un mensaje inesperado. Te
preguntaras porque te estoy contando todo esto. Es porque quiero recordarle a
la gente que si afrontamos la vida con optimismo y entre todos nos ayudamos,
podemos darle la vuelta a esta situación que vivimos y ser cada día un poquito
más felices.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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