Quizás sea hora de pensar, de recapacitar sobre nuestros actos o incluso sobre nuestros pensamientos. Es necesario mentirnos a nosotros mismos, solo para ser imperfectamente felices. Quizás, solo quizás, sea hora de dejar de contar con los dedos y empezar a contar con las personas, porque siempre hay una verdad detrás de un "era broma", una emoción detrás de un "no me importa" y un "te necesito" detrás de un "déjame en paz". No nos engañemos, dejemos de ser cobardes y citemos, alto, muy alto, lo que de verdad sentimos; porque así y solo así podremos llegar a la meta final, a pesar de habernos caído en este largo camino. Pero siempre habiéndonos levantado sin dudarlo un solo instante, con la cabeza bien alta sin darnos por vencidos.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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