"Me gustaría que me dijeras cual ha sido tu beso favorito, que canción puedes escuchar diez veces seguidas sin cansarte. Si escribes con boli negro o azul. Que me hables de tus rincones mágicos, de tu primer recuerdo. Si te gusta que te toquen el pelo, de que color son tus cosquillas, que te llevo mañana a la cama para desayunar. Si crees en cosas que yo considero mentiras o estupideces, como la iglesia, la religión o dios. Observar como te despiertas cuando has tenido una pesadilla, tu mirada cuando intentas no pensar en nada. Tus labios mojados debajo de la ducha, mirarte fijamente cuando hablas con tu madre, cuanto destrozas tu diario, cuando te echas crema para seguir igual de guapa. En definitiva, meterme en tu cabecita laberíntica sin preocuparme de ir dejando ningún hilo para volver a salir."
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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