"Siempre te he considerado una catástrofe. Pero no una normal, no, una de esas que te cambian la vida y al final te la destrozan. Por las que te dejas el alma y te acaban arrancando la piel. A tiras. Con dolor. Un dolor de los que no se van. Una catástrofe por la que reír por el día y llorar por la noche, por la que drogarse y acabar al día siguiente tirada en un puto parque. Una catástrofe a la que echar de menos. Una catástrofe con nombre y apellidos."
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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