Me cuentan tus pestañas que hubo alguien que te rompió en el pasado. Que lleno tus noches de invierno de felicidad mezclada con sonrisas, y las de verano de lágrimas. Alguien que pasó por alto toda la magia que desprendes cada vez que suspiras y quiso llenar tu vida de menosprecios y tiempo perdido. Un imbécil. Pero no. Yo me niego a que por su culpa, culpa de una persona que vino y se fue, tú te quedes anclada en unos recuerdos que no te dejan avanzar. Es un quiero y no puedo. Es un esperar eterno en el que nadie merece vivir. Y no me necesitas a mi para curarte. Te bastas y te sobras para tener una vida llena por ti misma. Eres una mujer completa y fuerte.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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