Poco se habla del placer de olvidar, de mirar a la cara de la
realidad. Normalmente solo se piensa en el dolor que te puede acarrear apartar
a alguien de tu cabeza. Pero nadie nos cuenta la agradable sensación de
conseguirlo. Y que bonitos son algunos finales, sobre todo cuando pierdes algo
que nunca quisiste haber encontrado. Cuando dejas de necesitar las palabras de
alguien para continuar y empiezas a comprender que el oxígeno es el único que
te mantendrá con vida. Acojona pensar en cuantísimo daño soy capaz de hacerme, y cuanto me gusta sufrir. Que peligro tengo al ser mi mayor victima. Pero del mismo modo que me he jodido viva, puedo hacerme completamente feliz. Sin ayuda.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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