Deberías darte cuenta de que a él no le preocupa lo que te
pase, ni que digas mentiras, ni que mires a otros tíos. No le importa lo mucho
que le quieres, y ni siquiera sospecha que sigues pensando en él. Le da igual
que llores a las noches, que te protejas en música y en canciones que solo
tienen sentido en tu vida. Le es indiferente que todavía a veces le des vueltas
a como seria tener una vida juntos, pasar las noches y los días de su mano. Y, aunque
te esfuerces en olvidarlo, aun recuerdas el roce efímero de su piel, cuando sin
quererlo vuestras manos se rozaban y tú contenías la respiración. Su mirada, su
sonrisa, cada palabra, no se te van de la cabeza. La verdad es que ya no sabes
ni lo que sientes, si le quieres o le odias, si le extrañas o no le quiere ver.
Es tanto el tiempo en el que has querido olvidarle, que lo único que has
logrado ha sido recordarle más.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
Comentarios
Publicar un comentario