¿Sabes porque? Porque tengo miedo. Porque tuve miedo. Y porque sé que seguiré teniendo miedo. De abrir mis heridas, que todavía ni siquiera están curadas. Porque si fuera fácil todo el mundo tendría a alguien. Que no estoy preparada para creerme las mentiras de nadie. Bastante imbécil me he sentido ya durante estos años. Envidio a esa gente que olvida rápido. He querido ser una de esas personas desde que te conocí. Deseaba más que nada en el mundo que se me pasara esta obsesión de ti, creerme eso de que el tiempo lo cura todo. Pero son todo mentiras. Los años, los meses, las semanas y los días. Pasan. El tiempo pasa. Pero, por mucho que haya pasado, juro que no ha habido ni un solo día en el que me haya despertado sin ganas de verte, ni uno en el que no haya pensado en tu sonrisa, en el que no hable de ti.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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