Tú, que estas hay sentada simplemente leyendo. Tú, que cada
día te enfrentas al mundo con una sonrisa; aunque en realidad dentro tengas una
verdadera tormenta. Tú, la que sabe lo que es no ser correspondida, la que no
sabe olvidar y se da cuenta de lo jodido que es no lograr dejar de pensarle.
Tú, que aunque digas que no, sabes cómo eres. Y aun así sigues sorprendiéndote a
ti misma cada día. Tú, que lloras, que sonríes, que vives, que gritas y cantas.
Tú, que siempre intentas dar lo mejor de ti, llegar al corazón de la gente,
ayudar aunque te quedes en el intento. Tú, que matarías por ellas, aunque no lo
sepan. Tú, que finges que todo te da igual. Tú que estás leyendo esto, sonríe,
porque vales mucho.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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