Todo vuelve. Parece mentira, pero estamos en el mismo punto.
Aparecen de nuevo todos los sentimientos, sensaciones y miedos de hace un año.
Y quien nos lo iba a decir. Volvemos a vernos frente a las mismas situaciones,
a ocasiones que nos resultan familiares. Y, como no, parece el principio de
algo. Pero, no es el principio, ni mucho menos el final. Esto es algo a lo que
ya me debería haber acostumbrado, lo sé. Y soy la primera que se alegra, la
primera que lo celebra. De verdad que me hace realmente feliz ver como algunas
personas reciben lo que se merecen desde hace tiempo, que por fin se haga
justicia y que la gente se dé cuenta de lo que de verdad es importante. Me
gusta ver como la vida se ríe de ciertas personas, que se dan de bruces contra
sus peores pesadillas y ver como la cantidad de gente falsa que se reúne a mi
alrededor poco a poco se va descubriendo a sí misma, y dejándose en ridículo. Porque
da igual lo claras que tengan las cosas, esta vez no han tenido razón, y espero
que aprendan la lección. Nadie debe creerse superior a nadie. Así de simple. Y
todo eso hace que me sienta realmente contenta. Pero claro, vuelven todas las
noches comiéndome la cabeza, las palabras para desahogarme; y ese profundo y devastador
miedo al “¿y si nunca nadie me quiere?”. También las constantes y estúpidas preguntas
de “¿Por qué yo no? ¿Qué tengo de malo?”; cuando en realidad lo entiendo
perfectamente. Esas preguntas me vienen inconscientemente a la cabeza, y las
detesto con todas mis fuerzas. Porque conozco completamente las respuestas. Simplemente,
Porque yo no tengo nada de especial. No tengo ni de lejos un cuerpo bonito y os
puedo asegurar que en cualquier lugar vais a encontrar a una chica más guapa,
que mi cara deja mucho que desear y que ni
con maquillaje se puede remediar. Y, para colmo, por dentro no mejoro. No sé
hacer reír a los demás, soy demasiado tímida o demasiado antisocial, y no
soporto ser el centro de atención. Me callo porque no tengo nada importante que
decir. Cambio de opinión constantemente y con mis sentimientos no me aclaro ni
yo. Soy una borde y siempre acabo
haciendo daño a las personas que me rodean, aunque no sea con mala intención. Estoy segura de que nunca voy a ser el motivo
de la sonrisa de nadie. Ningún tío se quedara hablando conmigo en mis noches en
vela, no me llamaran nunca “pequeña” y no podre apoyar la cabeza en el hombro
de nadie. Sé perfectamente porque no soy yo y todo lo que tengo de malo. Por eso, nunca seré la primera opción de
nadie. Y de verdad que no es por hacerme la víctima o auto compadecerme. Es
solo lo que pienso. Y lo que, en el fondo, piensan todos los que me rodean.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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