¿Y qué hago yo aquí, hablando de amor? ¡Si no se nada sobre el! De querer y no ser correspondida, de eso se un rato. Pero nada de amar. Soy una completa hipócrita, hablo de algo que no conozco. No sé lo que es sentir ese calor del primer beso, ni lo que es decirle te quiero a un chico, ni cogerle de la mano, ni sonreírle como tonta. Solo sé lo que he leído en esos libros y en esas películas tontas y ñoñas. No comprendo la inmensidad de estar con alguien, de sentir que un día en el calendario es sumamente especial. De sentir que conoces a alguien cada día un poco más, y saber convertir sus defectos en virtudes únicas en el mundo. Que no sé nada de nada. Y tengo la certera sospecha, de que nunca, nunca lo sabré. O al menos, no en un futuro cercano.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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