Felicidad en estado puro, bruto, natural, volcánico, que gozada, era lo mejor del mundo... Mejor que el verano, mejor que la playa, mejor que la risa… Mejor que verte guapa a las mañas cuando te miras en el espejo, mejor que el amor, mejor que la amistad… Mejor que las sonrisas, mejor que las fotos, mejor que la droga… Mejor que soñar, mejor que ser amada, mejor que la música… Mejor que los amigos, mejor que la familia, mejor que el día y la noche. Mejor que la libertad... Mejor que la vida. Subidón de adrenalina.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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