No sé si confiar en ti. No sé si puedo contar contigo para
hablar de dolor. Vives en tu mundo, pasas de mí. ¿Crees que me gusta que me
dejen de lado? Claro que no. A nadie le gusta, tú lo sabes bien. Yo estoy hay
siempre que lo necesitas, no lo puedes negar. Y ahora, yo necesito ayuda. Y no
estas hay, no puedo sentirme bien, no puedo hablar sin fingir felicidad. Porque
hacer creer a la gente que estas contenta; que todo está bien, no es fácil. Que
necesito a alguien que me entienda y me consuele, tanto como yo lo hago. Vale,
estas en tus cosas, estás en tu mundo. Pero, entiéndeme, te necesito. Y odio
que no me tengas en cuenta.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
Comentarios
Publicar un comentario