Soy ese adiós que aún queda por oír. Esa palabra que nadie
se atreve a decir. Esa ilusión de gritar, de irse de fiesta, de vivir. Alegría,
casi de muerte. Pero también soy tristeza de miedo, de preocupación. Soy esa
cara tapada, esa voz callada si no confió en ti. Tímida al principio, y mucho.
Pero cuando le cojo cariño a la gente, nunca. Soy la risa y las lagrimas en un mismo día. Soy todas las personas que hoy están
conmigo. Solo soy yo, no hay nada mas detrás.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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