Estoy hasta los cojones de todo y de todos. No lo comprendo.
Yo siempre intento ser buena persona, ayudar a los demás, que todos sean felices
aunque yo me tenga que joder. Pero, claro, nadie se fija en eso. Se fijan en
todo lo que hago mal, en todos los pequeños errores que cometo, porque claro,
soy humana, no puedo evitarlo. Hacen mundos de esos errores, me culpan día tras
día por ellos, como si los suyos fueran insignificantes en comparación. Hacen
que me sientas una mierda, hacen que me crea que no valgo nada y que si no estuviera
no notarían mi falta. Me doy cuenta de lo poco que me necesitan y quiero
morirme. No lo aguanto, ¿para esto sirve ser buena? ¿No decían que las personas
amables y que ayudaban a los demás, siempre llegaban lejos? Y lo que me jode es
que, ya no puedo cambiar, seguiré intentando ayudar, intentado que todos sean
felices, aunque para ello tenga que echar mi vida por la borda. Lo sé, porque
aunque todo me vaya mal, creo que sería menos feliz si dejara de hacerlo.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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