Dicen que las casualidades no existen. Pero para mí, las
casualidades no solo existen, si no que estamos rodeados de ellas. Pero dejare
una cosa clara. Yo creo que todo
pasa por algo. Las casualidades, también. Pasan porque tienen que pasar, por
que el destino, el camino o quien sabe que, ha hecho que pasen. Por una razón,
que aunque desconocida, existe. Sobre todo con las casualidades del amor. Las
más perfectas en los momentos más exactos. Yo me enamore de una y por una
casualidad. Y, desde entonces, han querido seguir conmigo, llevándome al mismo
lugar una y otra vez. Creo que se
divierten riéndose de mí. Les gusta ver como caigo una y otra vez en la misma
piedra. Esa piedra, que es él. Saben que soy idiota por esperarle, porque sé
que no vendrá. Saben que a veces por muy alto que ponga la música, sólo puedo
oírle a él en mi cabeza. Y yo les pregunto, ¿Por qué, después de tanto tiempo,
soy tan sumamente gilipollas de seguir creyendo en una simple casualidad?
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
a veces me pregunto lo mismo
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