Tengo la manía de aferrarme a personas que no quieren quedarse. Y me acojona pensar que me vaya a pasar siempre. Vivo con un miedo atroz a que nadie se quede hasta el final junto a mi, a que todas las personas que hoy son mi mundo desaparezcan de mi vida, a que todos me abandonen, poco a poco. A diario tengo la jodida sensación de que da absolutamente igual lo que haga, siempre va a ver algo o alguien mejor que yo a la vuelta de la esquina, por el que resulte fácil cambiarme. Ese es mi mayor miedo: que toda la gente a la que quiero y aprecio acaben sustituyéndome por personas que crean más validas para sus vidas. No quiero que mi vida gire en torno a echar de menos a una interminable cadena de personas que se fueron sin mirar atrás.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
Comentarios
Publicar un comentario