Hay un momento cuando te enamores en el que te sientes desprotegido, pero es bonito. Estas ahí, sin chaleco antibalas y te sientes libre. No piensas en el riesgo que corres porque solo piensas en sus ojos, solo. Que más dará todo. Como un suicida te acostumbras a él sin tenerle, le dedicas insomnios mientras duerme, poemas bonitos que nunca lee. Ya no sonríes tanto, solo te quedas sentada, esperando; que es como consumirse pero sin echar humo. Y el tiempo pasa lento, muy muy lento. Los días se confunden, a veces un domingo puede durar una semana. Te miras a los ojos en cada espejo y lo comprendes todo. Estas tan solo porque nunca has sabido estar con nadie, ni siquiera contigo mismo. Rompías las cosas a tu paso, ¿quien va a enamorarse de una catástrofe? Pero hasta los tornados necesitan un abrazo. Que desgracia. Llorabas cuando nadie te veía, hasta que dejaste de llorar sin caber como. Todo se iba acumulando dentro. Como si llevases una mascara. Duele, es eso. Que no te atreves a luchar contra los monstruos.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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