Tengo que quererte, amor. Tengo que vivir de ti, créeme, no puedo quitarme este jodido mono de ti. Eres un vicio, eres un exceso, eres tú. Eres la peor de las drogas y cuando te esnifo, dueles. Pero dueles de la manera más bonita que hay, de esa que me hace masoquista. Me gusta sufrir por ti y sé que suena demasiado enfermizo, pero tú también lo entenderías si estuvieras loco por alguien. No sé cariño, quizás este enferma. Tal vez no me cure nunca, quien sabe. Soy muy de sentir las cosas a fondo y encariñarme con la piedra.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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