Me encanta que me digas ese tipo de cosas. Esas que me hacen feliz, que hacen que me ponga contenta, y es que alegras mis días con unas pocas palabras. Si, así sin mas. Ni te lo imaginas, flipas un rato, lo se. Quien nos lo iba a decir. Tu y yo. Si, es raro. Que fácil es ser feliz, en realidad, a tu lado. Estemos donde estemos. Cambien lo que cambien las cosas. Estamos por encima de eso, ¿no? O eso decíamos en los días buenos. Quien sabe. Tal vez, después de todo, estemos echos el uno para el otro. Dos personas tan diferentes, tan cambiantes. No se puede saber donde acabara todo esto. Tampoco si algo pasara. Pero esperemos llegar a algo.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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