Comprende que si algo tiene que salir mal, saldrá mal. Que el día que tú no quedes, se lo pasaran mejor que en todo el año. Que te caerás tropecientas mil veces, y te levantaras creyendo que no puedes más. Que la ley de Murphy SIEMPRE se cumple. Que a quien quieres, no le gustaras. Que solo te van a contar verdades que duelan, no se conforman con una mentira para hacerte feliz. Que todo se acaba sabiendo. Que tus “amigos” en la puta vida te van a ayudar en nada. Que vas a llorar muchas más veces de las que vas a sonreír. Que cuando estas triste, nadie te va a consolar. Tienes que aprender a vivir con ello.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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