Todo el mundo merece ser respetado, repito todo el mundo. Da igual como vista, con quien salga, su aspecto, las notas que saque o como mire la vida. Todos tenemos los mismos derechos de vivir. No menosprecies a una persona, no te creas mejor. Pero tampoco te creas menos. Todos valemos igual. Sé que muchos no se lo merecen, por falsos, malas personas o simplemente gilipollas. Pero aun así, todos tenemos el mismo derecho de ser felices.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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