No se que ha pasado. Pero comparando con ayer, me siento bien. Estoy feliz. Porque es verdad eso que me dijo una persona muy importante para mi. Tengo todo lo que se puede pedir. Bueno, todo no. Pero tengo una familia, amigos por los que lo daría todo (que no se como, pero me siguen aguantando), buenos momentos y al menos, soy feliz. Supongo que la vida es hallar un equilibrio. Tal vez él nunca me vaya a querer. Pero aun así, soy feliz. Y nadie va a cambiar eso. Soy joven. Aun me quedan muchas cosas por vivir y disfrutar, con mi gente. Y eso no lo cambiaría por nada.
Y comprendió que hay personas que brillan sin ser estrella, y que hay silencios que separan, sin ser kilómetros. Que la vida es un poquito así, sin sentido, pero que nos desesperamos por darle uno. Un sentido, con nombre y apellidos, a ser posible. Un sentido que nos abrace por las noches y que no se vaya al vernos las cicatrices: que las comparta con nosotros. Comprendió que enamorarse era una necesidad tan importante como respirar, y que, al igual que moría si no respiraba, también lo hacia, aunque de distinta forma, si no amaba. Pensaba eso del amor. Y también pensaba que las personas se habían acostumbrado a maquillarse los sentimientos, porque tenían miedo de que alguien llegase y les hiciese daño. Y es que no hay nada peor que alguien te rompa lo más bonito que tienes, es decir, las razones de sonreír, los sueños, las esperanzas. Que te quite las ganas. Así que nos vestimos con un poquito de orgullo, y lo miramos todo desde la distancia, tanteando el precipicio antes de saltar,...
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